La Feria, ese pequeño oasis de felicidad, ya no porque llega una de las mejores fiestas sevillanas sino porque llega ese puente de cuatro días sin instituto donde hasta los mas pequeños dejan los libros de lado para darse un respiro.
Viernes de Feria:
Empiezan las preparaciones, todo el mundo nervioso, corriendo por coger ese autobús ''Especial Feria'' de Tomares en el que casi siempre vas como sardinas en lata a pesar de que tú has pagado religiosamente tu euro con cincuenta para tener al menos tu espacio vital.
Llegas a la Feria, pues nada, todo muy bonito: niñas pequeñas vestidas de flamenca a conjunto con la madre y con la abuela si es que se puede; los hombres vestidos con trajes de chaqueta; más de doscientas casetas y miles de personas bebiendo, bailando y comiendo un plato muy típico sevillano, la paella. Después de comer, cuando ya ha pasado esa calor infernal de un diecinueve de abril en Sevilla, decides entrar en la calle Infierno. Allí te encuentras toda clase de atracciones para grandes y pequeños. En esta calle las horas se te pasan como minutos y cuando te das cuenta te encuentras sentada en el borde de la atracción de los coches locos grandes con los pies reventados de tanto andar. En ese momento es cuando miras al cielo y ves que ya ha oscurecido, miras el reloj y ves que has perdido el ultimo autobús que va a Tomares. Decides coger el metro y desde allí coger un taxi que te llevaría a tu casa. Y cuando llegas a tu casa caes en tu cama reventada porque parece que te han dado tres palos.
Lidia Terroba.
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