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miércoles, 6 de marzo de 2013

Imitando el relato "El castellano viejo" de M.J. Larra (5)

Un sábado cualquiera.                                                                                                                                                  Eran las 3 de la tarde de un sábado cualquiera, cuando mi familia y yo nos disponíamos a satisfacer nuestras ganas incontroladas de tragar. Cada miembro de mi familia trajo diferentes materias para saborear y diferentes líquidos embotellados. Cuando todo el mundo estaba bien ubicado en la mesa, mi tía trajo el primer plato, sopa de picadillo. La primera impresión no fue buena: la sopa más fría que un polo en verano, el caldo no estaba bueno y el jamón, huevo y otros elementos tenían mal sabor. Después con la llegada del segundo plato, mi tío con sus largos y fuertes brazos, alcanzó una botella que contenía un líquido púrpura y se dispuso a abrirla mientras mi tía ya estaba llegando a la mesa cuando  ¡¡¡ZAS!!!  una bala de un material no muy duro salió disparada y alcanzó a mi tía que traía un plato en las manos. Al chocar el proyectil contra mi tía soltó el plato que cayó encima de mi padre y este, del impulso, se peleó con la copa de mi madre que estaba llena y al darle un guantazo nació un río rojizo que circulaba por el mantel. Tras el susto, mi tía ya más o menos recuperada del impacto en su ojo, fue a buscar los utensilios de limpieza: una escoba y una fregona para recoger los cristales del disco hondo volador que mi padre rompió con su dura cabeza y para secar el gran río que discurría por una cascada bañando los cristales en el suelo. Una vez recogido y puesto todo en orden, nos sentamos todos en el sofá para ver una película que no pudimos ver porque el DVD estaba más roto que un frágil cristal cuando cae al suelo. Cuando el manitas de la familia, o sea yo, me levanté para intentar arreglarlo, mi primo salió corriendo al baño con más mala cara que un zombie moribundo para devolver la maravillosa y en buen estado comida que había comido mientras mi familia maldecía aquel sábado, que ninguno esperábamos que acabase de aquella forma.   

                                                                                      Diego. J. Pulido.

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