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miércoles, 6 de marzo de 2013

Imitando el relato "El castellano viejo" de M.J. Larra (4)

Una Nochevieja distinta

    La cena de Nochevieja aún no estaba preparada.
El pollo en el horno, el jamón sin cortar, las uvas sin pelar. Toda la familia empezó a prepararlo todo a las diez y media de la noche. Los invitados empezaron a llegar.
Primero la familia paterna: el padre de familia con bigote amarillo de fumar y simpaticón; su mujer, delgada, arrugada y muy criticona y acompañándoles el único hijo que queda viviendo con ellos, al que le llaman "Nini".
Nada más entrar la madre, empieza a quejarse de la impuntualidad de la cena. A lo que el padre le quita importancia con una sonrisa y el hijo aprovecha para hacerse sus "pitillos".
Una vez peladas las uvas y cortado el jamón, se disponen a preparar la mesa, aprovechando que los abuelos se están encargando de los nietos que eran como "Zipi y Zape".
Cuando va a revisar el pollo con su salsita y las patatas con su pimiento y cebolla troceada, al abrir la puertecita de aquel horno que tenía unos treinta y cinco años por lo menos, se dan cuenta de que está chamuscado y solo se salva una pequeña parte que no será suficiente ni para los "animalitos" de los pequeños niños.
El marido con la cara de Frankestein, por miedo a la mirada incriminativa de su madre, sale por la puerta de atrás a comprar un pollo sin acordarse de que en esa noche estaría todo más cerrado que un ayuntamiento un domingo. Por lo que tiene que regresar a su casa y cenar con lo que se pueda, como: patatas fritas de paquete y unos Chetos. Mientras, aguanta los comentarios de su madre, el vacilón de su hermano y los animalitos de la casa que parecían que nunca habían comido Chetos. Pasa el tiempo hasta llegar al final de la última noche del año. Y con ella el momento de las uvas. Comienzan a dar los cuartos. El padre con su cuenco de uvas y un cigarro entre los dedos, la madre con sus uvas, el hijo "Nini" comiéndose antes de tiempo las uvas por la ansiedad provocada por el morado, el hermano con su mujer muy calladitos que parecían que estaban en una funeraria y los dos niños correteando por el salón como si estuvieran en un cross.
Empiezan las campanadas, a esto que un niño tropieza con una silla, empuja a su abuela con su cigarrito entre los dedos y su cuenco y este se atraganta, hecha de todo por la boca y acaban como el "Rosario de la Aurora".

María Rodríguez

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